-Este es tu aprendiz-dijo el maestro rojo mientras señalaba
una foto que había sobre su despacho en la que se podía ver a un joven de unos
12 años, de pelo moreno, complexión delgada y ojos rojos.
-un tanto…flacucho para la tarea que le toca, ¿no cree?- contesto
kana
-kana! ¿Como te atreves? Tú no eras ni la mitad que él
cuando te acogí bajo mi tutela
-lo sé maestro, pero sigo viendo difícil esta tarea, al fin
y al cabo es muy pronto para cambiar de generación de maestros, mis compañeros
y yo somos muy jóvenes y aun no tenemos la experiencia necesaria para afrontar
este cargo. Hace apenas ocho años que usted me… salvo.
-querida niña, tienes experiencia de sobra, y sabes que
nosotros no decidimos cuando se hace el intercambio, además, soy viejo y quiero
retirarme ya al edén de las almas, el descanso eterno…
Su cara mostraba una paz total, un rostro año que kana a
regañadientes, ya se había acostumbrado.
-como digáis maestro… -kana hizo una reverencia y se alejo
de la sala con paso firme
Kana abandono la sala y el maestro rojo se quedo a solas,
guardo la foto en el interior de un libro grande y polvoriento y se levanto de
su gran butaca de cuero negro. Se dirigió hacia la salida de la estancia, bajo
las escaleras y llego al patio donde, como todos los días dio un paseo bajo los
cerezos, el paseo era mucho más hermoso cuando estos árboles estaban cubiertos
de flores pero al maestro le parecían igual de hermosos en cualquier momento
del año.
Continuo su camino hasta la biblioteca donde pensaba hallar
un momento de paz, pero una señora con el pelo canoso recogido en un moño alto
y ataviada con joyas azules de todos los tamaños se le aproximo con torpeza
nada más entrar él en la gran sala.
-Maestro, ¿ya ha mostrado a su alumna quien va a ser su
pupilo?
-Si maestra azul, kana ya está preparada para sucederme, y
espero que Lilian también lo esté…
La maestra azul pareció molesta al oír tal osadía
-!por supuesto que lo está! Al fin y al cabo es la más
paciente y sabia de todos
-Quizás la más paciente si, la más sabía habría que verlo...
-bueno…-continuo la maestra haciendo caso omiso de las
insistencias de su compañero-eso ya da igual, lo único que no queda es confiar
en ellos, llevamos mucho tiempo instruyéndoles, seguro que lo hacen bien…-su
cara mostraba ahora tristeza
-azul, no debes dejar que tus sentimientos se apoderen de
ti, recuerda que tenemos una responsabilidad y que no debemos mostrar
debilidades
-Oh rojo, no me seas infantil, todos tenemos debilidades, me
da rabia separarme de los niños…-su rostro mostraba ahora una mezcla de
tristeza e ira, pero había algo mas... miedo
-azul...-rojo la tomo de la mano
cariñosamente- se acabo, es inevitable, así lo ha querido el grande.
-Lo sé- dijo ahora con una sonrisa- deberíamos... irnos ¿no
crees? cuanto antes mejor, no me gustan las despedidas.
-Bien- contesto rojo
Azul salió de la biblioteca, quizás esperaba que rojo la
fuese a seguir pero este se quedo quieto.
-Rojo, cuanto antes mejor- le dijo
-Si, si...- miro con tristeza a los libros, que tantos años
sus maestros y el mismo habían tardado en recopilar y que tanto le habían
enseñado sobre esa nueva vida que de tan joven descubrió y se le escapo un
suspiro.
-Por lo visto no soy la única a la que le d pena marcharse
¿eh viejo amigo?
-Por lo visto no querida...
Ambos salieron esta vez de la biblioteca y recorrieron el
patio de los cerezos, los pasillos del castillo, la cocina, el salón, el
comedor de los niños, hasta llegar al jardín. Cruzaron el rio por el puente del
dragón y llegaron al altar sagrado, un pequeño templo que se encontraba en el
centro del jardín, rodeado de rosales de rosas negras y rojas como símbolos de
vida y muerte, azul y el tocaron la gran puerta de piedra con sus manos y esta
se levanto.
Mientras bajaban las escaleras a rojo le entro una necesidad
de dar la vuelta. Siempre haba sido el maestro más duro, el más firme, pero
ahora... echaba de menos a la que había sido como su hija estos ocho años, tan
testaruda, tan perezosa, pero sin embargo tan inteligente y valiente, era única,
y ahora no podría volver a abrazarla ni a consolarla cuando tuviese problemas.
A él nunca le habían gustado los niños, ni los jóvenes
siempre había sido feliz en compañía de un buen libro y un té de jazmín, pero
esa niña había conseguido ablandar su duro corazón, tanto tiempo enseñándole
las artes del fuego, a combatir, todo para proteger una humanidad que la había
rechazado, pero claro esa humanidad también le había rechazado a el, y a su
maestro, y al maestro de este, y eso era lo que todos tenían en común. No tenían
un hogar pero allí habían sido acogidos cuando eran pequeños y estaban
perdidos, se les había dado un mundo mágico, con amigos y maestros que pasarían
a ser su familia, aquello era ese palacio, al que llamaban palacio entre las
nubes.
Ya habían llegado a la sala más profunda del santuario y allí
les estaban esperando la maestra marrón y el maestro blanco.
-Bienvenidos, os estábamos esperando- dijo la maestra marrón
con esa dureza, tan característica que ella tenía.
-Bueno... parece que es el momento- señalo azul
El maestro blanco, no dijo una palabra, no era muy hablador
ya que tenia la teoría de que la voz era un don que solo podía emplearse para
decir cosas verdaderamente importantes y sabias y que no debía malgastarse con tonterías
que debían reservarse para la reflexión individual.
Los cuatro maestros se desplazaron a la puerta sala
contigua, una sala a la que nunca habían entrado, solo sus maestros y los
maestros de estos entraban cada vez que tenían que ser sucedidos, y aunque no
lo reconocieses, los cuatro maestros tenían miedo. Pero no miedo por lo
desconocido, ni miedo por la muerte o lo que fuese que iba a pasarles. Miedo
por no volver a ver a sus queridos alumnos, o mejor dicho, hijos, a los que
tanto querían.
Los cuatro se miraron a los ojos, y se dieron la mano,
miraron a la puerta que tenían frente a sus ojos y dieron un paso adelante,
sonriendo, porque confiaban en aquellos en cuyas manos quedaba ahora el destino
del mundo.
La puerta se abrió y una luz invadió la estancia, los cuatro
maestros se adentraron en aquella luz desconocida y se giraron para ver como se
cerraba la puerta y con ella todo su mundo. Sin embargo lo que vieron fue a sus
pupilos con lágrimas en los ojos, incluido caleb y eso que caleb nunca lloraba.
-Adiós maestros- dijeron los cuatro con una sonrisa
Los maestros sonrieron y la puerta se cerró.